La sociedad española está bajo los efectos de lo ocurrido, principalmente en Valencia y también otras partes de España. Impresionada ante las decenas de muertos, más allá de los destrozos materiales que han provocado unas lluvias de intensidad desconocida por estas latitudes, en alguna zona de Valencia cayeron en poco tiempo hasta quinientos litros de lluvia por metro cuadrado. He visto a mis nietos —tienen diez años—impresionados por las imágenes de la devastadora fuerza del agua y, asustados, me preguntaban que era una dana, y que, con tanta persona muerta, los psicólogos no darían abasto. He tratado de sosegarlos contándoles que cuando yo tenía su edad —ha llovido mucho desde entonces—, los meteorólogos no utilizaban la palabra dana, que hablaban de las lluvias que provocaba la llegada de una familia de borrascas y que, en el caso de Andalucía penetraban por el golfo de Cádiz y llovía varios días seguidos, luego aparecía el sol, a veces tímidamente, y otra vez volvía a llover.
Les he contado que, cuando empezaba el curso, a los niños de mi generación, nos compraban unos zapatos, llamados “Gorila” y que con ellos venía una pelota de goma. Era de pequeño tamaño, pero botaba mucho. Le he dicho que para los niños de entonces era un regalo de mucha importancia y les he explicado que los zapatos “Gorila”, debían durar todo el curso. Para la luvia nos compraban unas botas de goma forradas de una lana de escasa calidad que se despegaba con facilidad. Se llamaban katiuskas y que, cuando las calzábamos, podíamos pisar los charcos que se formaban con más frecuencia que ahora, porque muchas calles no estaban asfaltadas, incluso eran terrizas —al menos en los pueblos y determinados barios de las ciudades— y porque con frecuencia llegaban las familias de borrascas y que las las katiuskas eran por, lo general, de goma negra para los niños y blancas para las niñas. Les he contado que, a veces, se mantenían las del año anterior, aunque apretasen un poco —la goma tenía alguna elasticidad, tampoco mucha—, y he aprovechado para hablarles de una cosa tan extraña como la austeridad que entonces imperaba y que las katiuskas apretaban un poco se consideraba normal y tal cosa no nos causaba problemas, vamos que no era necesaria la intervención de un psicólogo. Les he comentado que los psicólogos eran casi inexistentes en la España de la época y que sólo aparecían en las películas americanas. No les he dicho que los psicólogos eran tan escasos como los frigoríficos que se veían en las cocinas estadounidenses de aquellas películas protagonizadas por Grace Kelly, Doris Day, Dean Martín o Frank Sinatra. Sí les he contado que lo peor de las katiuskas no era que apretaran o que la borra con que iban forradas se desprendiera o arrugase, sino las quemaduras que producían porque llegaban hasta la altura de las pantorrillas y la austeridad imperante hacía que los niños y algunos adolescentes de entonces utilizasen pantalón corto —era una forma de ahorrar tela— y el roce producía esas quemaduras, que se consideraba normal.
Logré distraerlos por un rato con las katiuskas que formaron parte de nuestra infancia, ante la tragedia que la dana ha provocado.
(Publicada en ABC Córdoba el 1 de noviembre de 2024 en esta dirección)